Dios, Baywatch



Recuerdo en cierta ocasión, en mi época de puberto, mis padres nos llevaron a un lugar que solía tener muchas albercas (Cahuaré para los que aún lo conocieron), y tenía albercas para niños, adultos, tobogán, etc. El punto de esto es que iba con mi hermanito rodeando una alberca para adultos, tendría como 1.5 de profundidad, para ese tiempo yo medía 1.30. Y al ir por una orilla vemos una manita que apenas salía, se metía y volvía a salir. Y de inmediato notamos que era un niño que se está ahogando. 

Sin pensarlo (raro en la adolescencia, ¿verdad’), me sentí un baywatch y me aventé a la alberca, pero como jamás en mi vida había rescatado a alguien y no era un experto nadador, lo único que se me ocurrió fue pararme yo en el fondo y alzar al niño para que mi hermanito lo ayudara a salir. Ese fue el problema, yo no podía salir, el aire ya me faltaba y sentía que no tenía fuerzas más que para impulsarme una vez hacia fuera para tomar aire y ojalá pudiera alcanzar la orilla para detenerme. No pude alcanzar la orilla y de nuevo hacia abajo. Tragando agua y manoteando me jalaron a la orilla. El que se metió a rescatar tuvo que ser rescatado.

Muchas veces en la vida nos sentimos así, que ya no tenemos fuerzas para mantenernos a flote, que nos ahogamos, y lo más feo que no hay orilla para poder agarrarnos y descansar. A veces, por querer ayudar a otros, terminamos ahogándonos. Pero doy gracias a Dios, que en esos momentos de desesperación, con el agua no hasta el cuello, sino ya cubriéndome en mi totalidad, sé que puedo clamar a Dios y Él extenderá su mano para rescatarme.

Cada vez que he sentido que me hundo porque ya no puedo más, he podido sentir su mano tomándome para sacarme de esas aguas profundas, y su aliento invadiendo mis pulmones para expulsar el agua y llenándome de su vida. ¿Y tú, has permitido que Dios sea tu salvavidas?

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