Cuando el sufrimiento llega - dia 5

Entonces Job habló de nuevo: «Si se pudiera pesar mi sufrimiento y poner mis problemas en la balanza, pesarían más que toda la arena del mar. Por eso hablé impulsivamente. Pues el Todopoderoso me ha derribado con sus flechas; y el veneno de ellas infecta mi espíritu. Los terrores de Dios están alineados contra mí. ¿Acaso no tengo derecho a quejarme? ¿No rebuznan los burros salvajes cuando no encuentran hierba y mugen los bueyes cuando no tienen qué comer? ¿No se queja la gente cuando a la comida le falta sal? ¿Hay alguien que desee comer la insípida clara del huevo? Cuando la miro, mi apetito desaparece; ¡solo pensar en comerla me da asco!

»¡Ah, que se otorgara mi petición! ¡Que Dios me concediera mi deseo! Quisiera que él me aplastara, quisiera que extendiera su mano y me matara. Al menos puedo consolarme con esto: a pesar del dolor, no he negado las palabras del Santo; pero no tengo fuerzas para seguir, no tengo nada por lo cual vivir. ¿Tengo yo la fuerza de una roca? ¿Está mi cuerpo hecho de bronce? No, estoy desamparado por completo, sin ninguna oportunidad de salir adelante.

»Uno debería ser compasivo con un amigo abatido, pero tú me acusas sin ningún temor del Todopoderoso. Hermanos míos, han demostrado ser tan poco confiables como un arroyo de temporada que desborda su cauce en la primavera, cuando crece por el hielo y por la nieve derretida; pero en la estación cálida, el agua desaparece y el arroyo se desvanece en el calor. Las caravanas se desvían de su ruta para refrescarse, pero no hay nada para beber y por eso mueren. Las caravanas de Temán van en busca de esta agua; los viajeros de Saba esperan encontrarla. Confían que esté pero se decepcionan; cuando llegan, sus esperanzas se desvanecen. Tampoco ustedes han sido de ayuda, han visto mi calamidad y les da miedo. Pero ¿por qué? ¿Alguna vez les he pedido que me regalen algo? ¿Les he suplicado que me den algo suyo? ¿Les he pedido que me rescaten de mis enemigos o que me salven de personas despiadadas? Enséñenme, y me quedaré callado; muéstrenme en qué me equivoqué. Las palabras sinceras pueden causar dolor, pero ¿de qué sirven sus críticas? ¿Creen que sus palabras son convincentes cuando ignoran mi grito de desesperación? Ustedes hasta serían capaces de enviar a un huérfano a la esclavitud o de vender a un amigo. ¡Mírenme! ¿Les mentiría en su propia cara? Dejen de suponer que soy culpable, porque no he hecho nada malo. ¿Piensan que estoy mintiendo? ¿Acaso no conozco la diferencia entre el bien y el mal?.

»¿No es toda la vida humana una lucha? Nuestra vida es como la de un jornalero, como la de un trabajador que anhela estar bajo la sombra, como la de un sirviente que espera cobrar su sueldo. A mí también me ha tocado vivir meses en vano, largas y pesadas noches de miseria. Tumbado en la cama, pienso: “¿Cuándo llegará la mañana?”; pero la noche se alarga y doy vueltas hasta el amanecer. Mi cuerpo está cubierto de gusanos y de costras; se me abre la piel y supura pus.

Acusaciones injustas
De vez en cuando, la crítica inmerecida es algo que debe esperar todo cristiano. A veces, viene cuando damos lo mejor al Señor, y resultan más dolorosas cuando proceden de quienes menos esperas, de tus seres más cercanos.
A veces nos preguntamos si acaso nota Dios nuestros esfuerzos para agradarle, porque resulta que cuando más buscamos de Dios, es cuando más adversidad y críticas llegan. A veces, nuestros mayores sacrificios parecen producir malentendidos o incluso críticas de amigos y familiares.

El Punto
Jesucristo, quien conoce las profundidades de nuestra alma, ve y entiende el dolor que enfrentamos. Él escucha las voces condenatorias de quienes no comprenden lo que hacemos o nos acusan de algo que no es por lo que estamos pasando. La voz de Dios es la que prevalecerá a favor nuestro.

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