En Quietud
Vino a mi mente la historia de una persona
que quedó encerrada en una pequeña caverna, la cual estaba inundándose y por
más que luchaba para tratar de desbloquear la salida no podía. Oraba pidiendo a
Dios que lo librara de ello y comenzaba de nuevo su lucha. Hasta que el agua le
llegó al cuello, literalmente, decidió dejar de luchar y dijo: Está bien Dios, si tú voluntad es tenerme ya
contigo que así sea. Y sin luchar se sumergió y entonces, ya con el agua en
calma pudo notar que el agua corría hacia una pequeña abertura en una de las
paredes. Emergió y tomó oxígeno para poder ver que era y al golpear esa pequeña
abertura se fue haciendo más grande con facilidad ya y por allí pudo escapar.
Nuestra reacción normal ante los problemas,
ante los ataques, ante la adversidad es luchar, a veces, desesperadamente para
hallar la solución. Perdemos los estribos, nos ponemos histéricos, lloramos,
pataleamos, nos lamentamos, en otras palabras, perdemos la paz. Agitamos tanto
las aguas de nuestra alma que simplemente pensamos que no hay solución. Y hasta
creemos que Dios no está interesado en ayudarnos, porque Él no está haciendo
nada a nuestro favor.
Un principio que David aprendió a lo largo
de tantas pruebas, adversidades, dificultades, persecuciones, y más situaciones
que se enfrentó en su vida fue que, en esos momentos, uno debe aprender a estar
en paz, a tranquilizarse, a respirar profundamente y recuperar la paz viniendo
a los pies de Dios y descansar en Él. Porque es en quietud, en tranquilidad, en
paz a los pies de Dios que podremos ver la solución que Él ya tiene.
Tener fe no es venir a Dios y pedirle que
Él actúe. Tener fe es venir a Dios, pedirle que actúe y entonces tú dejar de
agitar las aguas, dejar de patalear, para comenzar a ver lo que Él ya está
haciendo a tu favor. No se trata entonces de pedirle que Él colabore con tu
plan, sino tú ver el plan de Él y entonces hacer tu parte. Pero para ello
necesitas aprender a estar en quietud delante del Señor.
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