Dios Me Oye



Seguimos con la oración de David quien tuvo que enfrentar ejércitos más poderosos, numerosos y con mejores armas que aquellas con las que él contaba. Pero ahora no vamos a enfocarnos en lo valiente que era, porque esto nos hace olvidar que también era un ser humano sujeto a pasiones.

David fue considerado un hombre conforme al corazón de Dios, y esto a pesar de que también pecaba en contra de Dios. La caída más baja fue la ocasión en que tomó a una mujer casada, y luego mandó a matar al esposo a fin de encubrir su pecado. Y como toda persona que ama a Dios, después de que le ofendemos, nos llega un pesar al corazón, un sentimiento de ira contra uno mismo, nos sentimos inútiles y fracasados por no poder vencer y tomar dominio de la propia vida. Lo peor de todo es que llegamos a sentir que Dios ya no nos escucha más, y por eso ya ni siquiera intentamos hablarle.

Pero David sabía algo, Dios es grande en misericordia. Por eso vino Jesús, no vino a traer condenación, vino a traer salvación. Vino a traer el perdón. Por eso David, en su angustia, en su desesperación, en su dolor clamó al Señor. ¿La sorpresa? Que su oración fue escuchada en el Lugar Santísimo, a ese lugar al que sólo puede acceder alguien santificado. Y eso es lo que Jesús vino a hacer por ti y por mí, a santificarnos a través de su sacrificio. Tú y yo necesitamos aprender a pedir perdón por nuestros pecados, para recibir así Su Perdón.

¿Has fallado a Dios? Yo también. ¿Crees que eres indigno de clamar a Dios? ¡Yo también! Pero es que ninguno de nosotros lo somos por nuestras obras. Lo único que nos justifica y nos santifica es creer en Jesucristo, y permitir que Él moldee nuestras vidas a través de su Espíritu Santo. ¿Cómo? Confesando tu pecado, porque es allí donde se muestra tu arrepentimiento y deseo de no querer pecar más, y tu anhelo porque el Señor vaya moldeando esa área débil de tu vida.

Dios oye tu clamor, si tu corazón es sincero y humilde.

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