Una Oración Honesta
¿Cuántas veces lo has prometido y vuelves a caer? ¡Sé que
luchas y entre más luchas más difícil se vuelve! Quieres dejar de pensar en
ello, pero entre más quieres dejar de pensarlo, más lo piensas. Pablo también
lo sabía, por eso dijo en alguna ocasión: pobre de mí, porque lo que no quiero
hacer esto hago. Y es que sabemos que todo creyente está en una guerra espiritual,
pero siendo honestos, todos tenemos algunos pecados muy arraigados, y cuánto
nos cuesta abandonarlos.
Esos pecados nos hacen sentir miserable, inútil,
despreciable, hipócrita, temeroso; y hasta incomprendidos porque tontamente
creemos que nadie más puede entender por lo que pasamos, cuando la realidad es
que todos luchamos contra los anhelos y deseos de nuestra carne, pero nos da
temor reconocerlo.
David, aquél hombre conforme al corazón de Dios también
luchaba, y al fallarle a Dios, trató de encontrar una solución, pero esta
solución lo hundió más. Pero tú y yo sabemos que lo hizo porque sí estaba
arrepentido, dolido, y deseoso de no fallar más, queriendo tener la oportunidad
de cambiar lo que pasó y pensando que Dios ya no le escucharía más. Y lo sabemos
porque así nos hemos sentido y también así hemos actuado. Queriendo apagar
nuestra culpa y tratar de luchar con nuestras propias fuerzas. ¿El resultado?
Lo mismo de siempre, ¿no es así?
Te pasaré un tip. ¡No eres el único! No hablaré por los
demás, pero sí por mí mismo. Tengo mis luchas, tengo mis debilidades, y tengo
un firme deseo: no pecar más, día a día santificarme más. Te seré sincero, hay
días que me siento muy lejos de la meta. Pero debo levantarme y perseverar. Así
que mi oración cada día es como la de David: Señor, ¡libra a tu siervo de pecar intencionalmente! No permitas que
estos pecados me controlen. Pero acompañaré esta oración con la acción,
buscando que las palabras de mi boca y la
meditación de mi corazón sean agradables al Señor.
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